No debe ser sencillo, para un comunicador, tener que elegir el tema que le permita matener una columna diaria, sujeto al marketing editorial que le exige ser el director de un periódico que se jacta de ser independiente y a la vez “progresista y democrático”.
Que mejor entonces, que hablar de un sentido común que habla de una soberbia y más aún, si esta está encarnada en el discurso de un presidente de un país, y peor si esta presidenta es mujer, que exige (como lo hubiera hecho cualquier mandatario legitimado por el voto mayoritario de una ciudadanía) que se respete el interés general por sobre el interés particular de un sector que no se contenta con repartir algo de lo mucho en que fue beneficiado por ese mismo gobierno.
El rescatar una sensación de sentido común construido por un relato hegemonizado por los medios que se esfuerzan significativa y llamativamente en hacer pesar aspectos que desvían el centro de la discusión (que no es el aumento de las retenciones, vamos...; como lo explicité en la entrada anterior) en anécdotas de señoras que cacerolean en la puerta de la residencia presidencial de Olivos con cacerolas Essen; cacerolas que no serán vistas jamás por ninguno de los peones que siguen trabajando en el campo con salarios en negro y por debajo de la línea de pobreza, mientras sus empleadores (patrones) bloquean a toda la ciudadanía el acceso a los alimentos que fundamentan su subsistencia.
De la soberbia de “los que tienen la razón en todo” habla este periodista/comunicador. ¿se supone entonces, que la razón está en otro lado? ¿En la FAA, que se alía a los que protagonizaron y promovieron golpes de estado desde el mismo momento de su fundación? ¿De quién es la responsabilidad de no diferenciar sus discursos de sus acciones reflejadas en sus alianzas?
Este gobierno actuó en absoluta soledad, quizá en esto radique la tan mentada soberbia, pero no es la misma de la que habla Lanata. En lugar de ser visto como un gesto de firmeza de quien está seguro de los pocos instrumentos con que cuenta el estado para redistribuir, luego de un desmantelamiento que destruyó los lazos solidarios reales y simbólicos; se habla de soberbia.
Y nuevamente la falacia, “ellos quieren ser tratados como personas”; los que se ponen a gritar al batir de sus Essen en la puerta de la residencia presidencial: “¡que se vayan!”, “¡andate Cristina!”; mientras quienes se manifiestan en favor del gobierno, ni siquiera merecen ser tratados ya como piqueteros porque, en definitiva, ahora los piqueteros son los blancos; Para Lanata y el periodismo independiente ahora aquellos son “La Patota”.
El desplegar un error como el de Picasa suele ser el elemento que utilizan quienes ya no cuentan con fundamentos para la discusión política. Nunca nada nuevo, sino una flaqueza del otro, símbolo de debilidad propia. Montarse en una impresición para descalificar el conjunto de lo expresado, contribuye a seguir manteniendo la ubicación simbólica de “los neutros” que “quieren ser tratados como personas”, o “ser escuchados”.
Y resulta violencia hoy, no es desabastecer, es la ejercida “ por los cabecitas negras que se lavan los pies en la fuente”. Porque parece que para Lanata, por el solo hecho de estar en el siglo veintiuno, ya no hay cabecitas negras; sí están aquellos que al son de sus Essen “quieren ser escuchados”.
Probablemente Lanata, de haber sido contemporáneo de Evita, también la hubiera calificado de soberbia. Pero esto último ya no forma parte de la realidad, solo ficción.
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